lunes, 23 de abril de 2018

EL TROFEO DE CARMINA

      Panorámica de  Olivenza  y la Puerta del Calvario
     EL TROFEO DE CARMINA
El sol de media tarde mantenía templada la piedra de la pared de la puerta del Calvario. Carmina permanecía apoyada en el muro cuando, por detrás una voz familiar le saludo, ella se volvió y allí estaba su antiguo profesor de Filosofía.

 Puerta del Calvario
Ella vio la luz a sus dudas cuando percató que era Salvador, pues recordó que él era traductor de latín.

 —¡Hola! nunca me alegré tanto de encontrarte hoy, pues tengo unas dudas que me las puedas aclarar - Comentó ella. 

Le mostró un libro que saco de su mochila, Salvador lo cogió y abrió por la página que le indicó Carmina. Ojearon la página en cuestión, hasta detenerse en una frase que deletreo el texto en latino.

"Usque ad gradum chori initia in direct ex introito verae sapientiae lunare complementum sepultum est".

—“En el coro está enterrado el verdadero conocimiento lunar”.

—Te has aproximado, aunque es probable que Salustio no hubiese reservado ningún lugar privilegiado del Quirinal a tu traducción. —Se burló Carmina.

—El significado correcto es este: Desde la entrada y en línea recta hasta el comienzo de las escaleras del coro se halla enterrado el complemento lunar del auténtico  conocimiento.

— ¡Chissst!, Carmina le toco los labios con el dedo índice. —No hables tan alto. 

Le reveló el preludio de la gran obra que había de llevar a cabo en el interior de la Iglesia.

—Pero, ¿a qué gran obra te refrieres? -sus fulgentes ojos escrutaban la palidez de Carmina.
¿No será en la iglesia de Sta. María?-preguntó Salvador.
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         Iglesia de Sta. Mª del Castillo
—¡Así es! –respondió sin exteriorizar emoción alguna, mientras buscaba en el libro una página cuya numeración parecía conocer de memoria. 

—Lee esto, – le señaló con el dedo.

"Ub cetario praesente, quorum templum templi militum fuisse un parientinais"

—Todo está muy claro,  en la iglesia  de Sta. María,  Cetario, Cetarium, se construyó sobre las ruinas de una antigua iglesia templaría y en su subsuelo se esconde el secreto.

—Bueno, supongamos que esa cita se refiere al coro de la iglesia. —le dijo Salvador.

Carmina se sentó en el perfil de un ágil salto. Leyó sujetando el libro en el regazo.

Nicolás  Lenglet Dufresnoy, alquimista holandés de siglo XVIII, que a su vez cita a Lucas Tuy, cronista del siglo XIII quien da fe de una serie de emplazamientos templarios en la península y concretamente templarios portugueses.

Durante unos segundos sólo sonaba el piar de los pájaros, hasta que Carmina descendió del perfil y aferró la mano de Salvador. 
—Ayúdame a encontrar el Pulvis Coeruleus de los alquimistas medievales que según Lucas Tuy, se halla en los cimientos de la iglesia,- Señalando la torre.

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      Torre de Sta. Mª del Castillo 

—Secunda mi plan, aunque te parezca inconcebible, tú también te vas a beneficiar del hallazgo.

—Al Subliminal…, polvos azules de alquimista…, templarios en Olivenza.—Salvador soltó una carcajada.—Carmina me parece que no llegó a captar tu sentido del humor.—No tengo ningún inconveniente en acompañarte en dicha aventura. 

Con voz queda, suave, iba poniendo al tanto acerca de proyecto, consistente en la búsqueda del polvo azul de la alquimia medieval, a pesar de la terca insistencia de Salvador por conocer la utilidad del Pulvis Coeruleus, no soltó prenda, postergando las aclaraciones para el momento decisivo, debían de presentarse esta noche en la iglesia. Aprovecharían un funeral que había de comenzar por  la tarde para ocultarse en el templo una vez terminado las exequias.

—En casa tengo un martillo, dos cinceles y un cortafrío. Cuento además de guantes, linternas, pilas ,sacos de basura y ropa adecuada.

—Creo que será suficiente- Le estampó un beso en la mejilla.

—¡Carmina, que disparate!. ¡Ojala! nos proteja el espíritu de algún templario.

 —Salva, a las siete y media en la puerta de la iglesia. 


A la hora señalada allí estaban Carmina con una abultada bolsa colgada del hombro. Entraron los dos antes de que sacaran el ataúd del coche fúnebre. Tomaron asiento en uno de los bancos.

Llegado el momento de la comunión, Salvador aprovecho el desfile de algunos fieles para garabatear en unas líneas en un trozo de papel que con disimulo entrego a su compañera “Tendrá que ser en un confesionario”.

Cuando los cánticos finales despiden al féretro y los asistentes a la ceremonia, abandonaban la iglesia, Salvador y Carmina se escondieron en el confesionario. Comprobaron que no les había visto nadie. Solo tenían que esperar que cerraran la iglesia.
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 Confesionario  en el interior
Una vez que se quedaron solos, Carmina vacío el bolso en el suelo, comprobó que no había olvidado nada. Abrió el libro sin titubeos en la página cuyo contenido conocía casi de memoria y elevó los ojos hacia debajo del coro, musitando:

"Es introito usque ad gradum chidori initia…"

—¡Salva! debemos extraer estas dos baldosa debajo a las escalinatas. -Un cincel y un martillo bastaron para separar las junturas.

—De acuerdo emprendamos la búsqueda de la sal sublime, pero antes debo conocer los motivos por los que quieres encontrar esos polvos mágicos.

—¡Mira Salva! Vamos en pos de un descubrimiento. Cuando los rayos de radio cobalto que la luna infiltre  por la noche en mi rostro y los combine con la cantidad exacta de mercurio y azufre que constituyen el ungüento del Pulvis Coeruleus, mi rostro no envejecerá jamás. Cumpliré años, transcurrirá décadas de mi vida sin que mi cara muestre, estrías, frunces y arrugas. Lograré la eterna juventud. 

—¿Sabes qué significa eso para una mujer?

Salvador la miró a los ojos y no pudo evitar un ligero estremecimiento ante el fulgor que dinamitaban. 

—Si las cosas fueran como dices, hace tiempo que las multinacionales farmacéuticas de los grandes laboratorios hubieran obrado el prodigio.
—¡No! recuerda que hay que emplear la cantidad exacta, el enigma de la proporción justa de mercurio y azufre combinado con los rayos lunares desapareció con los alquimistas templarios y nadie hasta hoy ha logrado su fórmula.

—Manos a la obra Carmina -dijo Salvador-.

—Aquí- le señaló Carmina.

—Separamos las ensambladuras de estas baldosas.

—Ten cuidado no romperlas, tenemos que dejarlas igual que estaban para no dejar rastros.
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 Lápida  templaria
Salvador enfocó la linterna hacia las pétreas superficies que ocultaban las baldosas. Cogió el martillo, golpeó sobre el cincel, abrió un boquete.

—Estoy nerviosa y emocionada, Salva. Estamos a punto de descubrir el mágico secreto enterrado durante centurias.

A Salvador le temblaban las manos cuando se dispuso a abrir los sacos para guardar todo resto de cemento. 

Al cabo de media hora la crisopeya desveló la oculta esencia de la materia, todo se transformó en oro, pero no en simple metal, sino en el oro de la felicidad, de la justicia, de la belleza y la bondad.

—¡Carmina ven aquí, mira, asómate! – Y le señaló unos diminutos puntos que, bajo el foco de la linterna reverberaban en el limo.

La joven Carmina presa de la agitación estiró el brazo y tras comprobar la presencia de unos suaves centelleos azulados, se embadurnó el rostro mientras danzaba y giraba sobre sí misma, como un derviche persa. Salvador contemplaba el azulado rostro de su compañera. Continuó observándola hasta que se abalanzó sobre él y estampó sus labios en la boca. 

—Gracias, Salva, gracias, no creo que alcances a comprender los que significa esto para mí.—Acaríciame, -susurraba Carmina- 

Salvador, la despojo de su blusa. La encontraba más atractiva con la cara embadurnada que con su mácula palidez habitual. En medio de la nebulosa pasional se acomodaron desnudos en un banco. Salvador, sentado, con la espalda apoyada en el respaldo y Carmina encima con las piernas separadas hacia afuera por el hueco del espaldar. 

 —Hieros Gamos… renazco a la belleza inmarchitable… La gran obra se consuma- Suspira Carmina entre jadeos.- 

—¡Hieros Gamos…!


Fotos   y relato autora: Mamen Píriz García derechos  reservados  en Safecreative

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