jueves, 24 de mayo de 2018

Relato para el Tintero de Oro "El vestido fucsia"




El vestido fucsia
Para el tintero de oro

Desde lo sucedido, jamás había vuelto a mirar ese vestido guardado en el fondo  armario. Subí  al trastero a colocar la ropa de invierno y allí colgado bajo una funda de plástico estaba el vestido. Cuando vi  de nuevo la prenda y la toqué, la catarsis removió mis entrañas.

El vestido lo había comprado en una tienda de modas del centro, para asistir a una boda. Al entrar en la tienda, vi a un chico tras  el mostrador.  Me dirigí a la dependienta le pedí  el vestido fucsia que me había gustado, que estaba expuesto en el escaparate. El primero que me probé me quedaba como un guante. Sin dudarlo, lo compré. Al ir a hacer el pago me lo cobró él. Desde ese momento nuestras miradas se cruzaron. 
La boda que asistí era la de mi amiga que se celebró un sábado por la tarde. Ese día lo dediqué a prepararme, fui a la peluquería; me hicieron la manicura, me maquillaron, me peinaron un recogido que me favorecía.  La iglesia donde era la boda está cerca a mi casa y  salí ya preparada caminando con mucha elegancia hacia la iglesia, sentí las miradas furtivas de mis vecinos y de la gente que me crucé en el camino. Tras la romántica ceremonia y un beso de  enhorabuena a los novios. Nos trasladaron en autobús hasta el restaurante donde se celebraba el convite de la cena. Un invitado me ayudó a subir al autobús. Su cara me sonaba de algo, entonces me di cuenta que era el cajero de la tienda.

—Estás muy guapa y elegante. Te favorece el color del vestido. - Me dijo.

Se llamaba Emilio y era amigo de la infancia del novio. Nos sentamos juntos y fuimos charlando hasta llegar al restaurante. Buscamos en el cartel colocado en la entrada del comedor donde indicaba el lugar correspondiente con nuestros nombres. Casualmente compartiamos la misma mesa.

Desde entonces surgió una gran amistad y nunca más nos separamos. A los dos años de conocernos, nuestras vidas se unieron. Vivimos un intenso amor.  La felicidad duró poco, hasta que un día  me llamó Emilio desde el trabajo: 

—Nos vamos de cena con un cliente y su esposa, ¡Ponte ese vestido que tanto te favorece!

Aquella noche, no supe que mi vida iba a cambiar. Mi felicidad quedó truncada desde ese momento. Cuando íbamos hacia el restaurante un fatídico accidente de carretera, segó la vida de mi amor. Yo sólo tenía magulladuras, mientras que mi marido quedó gravemente herido. Murió en mis brazos.

A pesar de haberlo lavado con un buen detergente el vestido. Nunca más se borraron las manchas de sangre de Emilio del vestido fucsia.


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